El cuerpo humano tiene ciclos. El cuerpo que gesta, también. Durante el embarazo, todo el sistema se adapta a sostener una vida. Después del parto, ese mismo sistema empieza otro proceso, menos visible pero igual de exigente. El cuerpo lo hace, está preparado para eso; la duda que surge es si la sociedad está preparada para ese proceso. En muchos sistemas de salud, el embarazo está controlado. Hay ecografías, análisis, consultas, seguimientos. Hay una fecha estimada. Hay una cuenta regresiva. Pero una vez que el bebé nace, ¿dónde queda la madre? ¿Quién sigue contando los días? ¿Quién pregunta cómo duerme, cómo come, cómo está?
En los últimos años, los estudios sobre salud mental materna muestran una tendencia clara. Una investigación publicada en JAMA Internal Medicine, una revista internacional, diseñada para proporcionar fuentes confiables de información, analizó datos entre 2016 y 2023: las madres recientes presentaron un aumento sostenido de síntomas depresivos y de ansiedad. Las cifras no surgen de catástrofes aisladas. Reflejan una experiencia compartida. Una escena repetida. Una estructura que no sostiene.
Quienes acaban de parir reciben alta médica al día siguiente. Vuelven a sus casas con un recién nacido que necesita atención constante. Comienza una etapa de privación de sueño, dolor físico, responsabilidades domésticas y, en muchos casos, aislamiento. Algunas lo llaman amor. Otras lo viven como encierro. Lo concreto es que ninguna madre, sobre todo las primerizas, se lo esperaba así.
Durante las guerras, el aislamiento, la privación del sueño y la restricción del alimento fueron herramientas de tortura. En muchas casas, esos mismos elementos aparecen en la rutina de los primeros meses de crianza. No se aplican con intención punitiva. Se instalan por omisión, por falta de estructura, por abandono institucional.
Nuevos enfoques contra la temida depresión pospartoMuchas mujeres están maternando sin redes de contención. Las familias extensas ya no funcionan como soporte. Las parejas, muchas veces, siguen rutinas previas al nacimiento del bebé. El mercado no ofrece alternativas sostenibles. El sistema de salud se enfoca en el recién nacido, pero no sigue de cerca a quien acaba de parir. En muchos casos el trabajo doméstico no se redistribuye. La idea del instinto materno reemplaza el acompañamiento real. La romantización borra el agotamiento. El mandato pesa más que el cuerpo.
Otros países
En algunos países, el escenario es otro. En las últimas semanas se viralizaron videos que mostraban cómo son los centros de atención posparto, o “joriwons” como los llaman en Corea del Sur, a los que acceden algunas mujeres. Habitaciones de hospital pensadas para el descanso. Menús diseñados para la recuperación. Rutinas de sueño cuidadas. Visitas médicas regulares. Presencia de otras mujeres. La madre como paciente, no como servidora. La tribu, como estructura. El cuidado, como política.
Las imágenes generaron sorpresa. No porque mostraran un privilegio, sino porque expusieron una carencia. Lo que allá es rutina, acá es excepción. Lo que allá es política pública, acá es una conversación pendiente. El posparto existe, pero nadie lo nombra. Las bajas laborales son breves. Las licencias compartidas son mínimas. Los controles posparto son escasos. El costo del puerperio se paga en soledad.
"Mátate, amor" y la depresión posparto: "Es una oscuridad que necesita ser nombrada y tratada con seriedad”El discurso médico prepara para el parto. Las ecografías, los análisis, los cursos preparto, las visitas al obstetra. Todo gira alrededor del momento de nacimiento. Después, silencio. Después, el reloj vuelve a correr. Después, se espera que la madre funcione como antes. Que cuide. Que limpie. Que trabaje. Que amamante. Que esté disponible. Que no se queje. Que no diga nada.
Pocas lo exponen. Exponer el cansancio se interpreta como falta de gratitud. Hablar del cuerpo, como exageración. Contar lo que duele, como fracaso. Las que hablan rompen un pacto implícito. El mismo que impide ver el posparto como una etapa. El mismo que no piensa en estructuras colectivas. El mismo que romantiza el sacrificio.
En redes sociales, las fotos del recién nacido, los globos, las flores. En la vida cotidiana, los puntos que duelen, la leche que se derrama, el llanto que no se calma. Hay una distancia entre lo que se muestra y lo que se vive. La misma distancia que existe entre lo que el cuerpo hace y lo que la sociedad espera.
El posparto no es solo una cuestión individual. No es un proceso silencioso. No es una experiencia uniforme. Es una etapa corporal, emocional, funcional. Y es, sobre todo, una etapa desatendida. Pensar en el posparto es pensar en tiempo, en comida, en sueño, en redes de contención, en presencia. En inversión, no en voluntad.
La salud mental materna no puede depender del azar. No alcanza con el deseo. No alcanza con el amor. No alcanza con la fuerza de voluntad. Se necesita estructura. Se necesita política. Se necesita compañía. El cuerpo está preparado. El mundo no.